Mariano Fortuny y Madrazo nació el 11 de mayo de 1871 en Granada. Se crió a la sombra de Alhambra, paseando por las callejuelas del barrio del Realejo, vivió en una casa morisca, era hijo y nieto de artistas, además su padre tenía un estudio de joya nazarí, a la que este artista andaluz estuvo vinculado toda su vida. Estas influencias que Mariano asume desde niño y la creatividad de su familia, le inspiraron durante su vida y se ven reflejadas en toda su obra. Un granadino de gran sensibilidad y libre, con ganas de romper moldes, y dar un giro a la expectativas, artista, escenógrafo, fotógrafo, diseñador e inventor que trascendió en la historia.
Fortuny Madrazo vivió en París y Roma, hasta que con 18 años se fue a Venecia y allí se instaló y residió el resto de su vida. Era un artista incansable, y aunque la pintura era su principal actividad, no entendía el arte como una disciplina aislada, sino que se formaba en otras modalidades y aunaba todos los aprendizajes, para que todos se viesen representados en sus obras. Un artista completo, fotógrafo, diseñador, escenógrafo, inventor…
Fortuny y el textil.
Fuera de la pintura, destaca su papel como escenógrafo en el teatro. Cuando creaba una escenografía, sumaba conocimientos de fotografía, pintura, sonido, luz y textil. Es en el teatro donde inicia su carrera como diseñador textil. Una de sus aportaciones innovadoras es la recuperación de las fibras naturales de seda, algodón y lino, aunque también experimenta con las primeras fibras químicas que aparecían. Diseñaba los vestuarios, trabajaba con tafetanes de seda de Japón, utilizaba el satén,empleaba terciopelos lisos de seda para las prendas de inspiración medieval y renacentista y el gros de Nápoles.
Fortuny le daba especial importancia a la elección de la tela, siendo muy meticuloso en la calidad de ésta, le gustaba comprar las piezas en crudo, evitando que las materias primas hubieran sufrido ningún tipo de manipulación.
La innovación de sus diseños provocó, que los vestidos que diseñaba para el teatro, se convirtieran en diseño de moda, que querían tener los ciudadanos.
El Delphos, su icono.
Fortuny era un gran investigador, y eso le llevó a inventar vestidos, uno de ellos, el Delphos, se convirtió en su gran obra. Su origen se remonta a una visita de Fortuny a Grecia, donde quedó impresionado por el Aúriga de Delfos, estuvo dos años intentando dar con la técnica que le permitiese realizar los pliegues del tejido, desarrollando una nueva técnica de plisado realizada en dos fases. “Sobre la tela humedecida, con un pincel, aplica la albúmina de la clara de huevo, de igual manera a como lo empleaba su padre en su pintura al óleo sobre lienzo ; esta albúmina funciona como elemento fijador del plisado, potencia el brillo y aporta al tejido un comportamiento dúctil y suave. Posteriormente realiza el fino plisado en dos fases: vertical y ondulada. “ El Delphos” se convirtió en un icono de moda, y a día de hoy se sigue produciendo.
Tapicerías de Fortuny
Para diseñar tus tejidos, le gustaba utilizar algodones, importados desde Londres y producidos en la India, o algunos más gruesos de origen francés, con los que confeccionaba sus colgaduras en sarga. Estas sargas, sustituyeron en el teatro a tejidos más pesados que eran usados hasta entonces. Por otro lado Fortuny comienzan a usar el algodón egipcio, conocido como jumel, para confeccionar algunas prendas en las que convenía emular la ligereza de la seda, pero no su brillo. Fue un revolucionario también en el empleo del color, se le adjudican fórmulas secretas de los antiguos tintoreros o materias desconocidas, experimentaba con todo tipo de tintes, del mundo vegetal, como el índigo o el palo de campeche y el azafrán, o del mundo animal, como la cochinilla o el múrex. Dentro de su carrera textil, se dedicará además a trabajar con tintes inorgánicos como los óxidos metálicos y otros traídos de Brasil, India, México, o Chile.
Curiosidades:
Se cuenta que al día siguiente de morir en la ciudad de Venecia, las aguas del Gran Canal venecianoa manecieron teñidas de fabulosos colores para pasmo de visitantes y locales. La primera explicación que hoy nos vendría a la mente sería una acción artística, pero no era el caso. Al parecer alguien —se señalaba a Henriette, la viuda— había arrojado los pigmentos que utilizaba el pintor recién fallecido, en una metáfora involuntaria pero lacerante del olvido en el que su nombre acabaría sepultado.
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